«Yo, señores, soy John Jairo Saldarriaga Londoño. La verdad, no sé esto qué quiere decir. Y bueno, a mí tampoco me gusta ese nombre. Está unido a una sarta de personas, tradiciones e ideas que pesan más que la cordillera andina.
Nací en Envigado, municipio que se hizo célebre porque en él nacieron, crecieron y sufrieron dos espíritus rebeldes: el maestro Fernando González y la pintora Débora Arango, he vivido.
Pertenezco a una familia cuyos apellidos son más bien enfermedades, Saldarriaga y Londoño. Las generaciones que me preceden son endogámicas, al punto que uno se sorprende de que ninguno de sus integrantes haya salido con cola de cerdo, como preocupaba a ciertos personajes de Cien años de soledad, o idiotas como temen en este medio.
Un antropólogo de estas montañas, Ricardo Saldarriaga, quien fuera hace años profesor y director del Museo de la Universidad de Antioquia, llegó a decirme que ese apellido quiere decir “sal de río” y que perteneció a una especie de horda de la región vasca, dedicada al pastoreo y a explotar ese condimento que brotaba en manantiales. Que sus miembros eran huraños y hoscos. No se asociaban con nadie y sus encuentros con otros grupos se reducían a leves contactos para negociar productos.
Nunca he comprobado esto, pero creo que el profesor dice la verdad. Esas palabras describen la familia a la que pertenezco. En la casa de mi padre, es decir, de abuelos y tíos, dedicados a la ganadería en pequeña escala, tenían un apodo que, además de apoderarse del nombre, resumía lo dicho por el antropólogo: Cusumbos. Como se sabe, este animal es de suyo solitario. Por estos días escribo una novela sobre ella.
En los medios de comunicación en que he trabajado, me he dedicado al periodismo literario, con crónicas y reportajes en los que he intentado hacer etnografía, pintar la cultura, al tiempo que a los individuos.
En ocasiones también croniquillas, muchas de las cuales, más que historias, son acuarelas de ciudad, descripciones de costumbres, objetos en uso o en desuso, pues, me parece que el periodista también debe fijar sus ojos, sus oídos, su nariz, sus manos, su cerebro, su corazón, en una palabra, todo su ser, en llamar la atención sobre estas cosas.
En los más de mis reportajes y crónicas habitan personajes anónimos, en quienes intento descubrir la proeza de vivir en la hostilidad de una sociedad y un Estado cada vez más de espaldas a ellos.
En 2006 obtuve el premio continental de periodismo, categoría crónica, que entrega la Sociedad Interamericana de Prensa -SIP-.
Soy profesor de Periodismo Cultural y Periodismo Público, en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.Tengo un posgrado en Derechos Humanos, de la Universidad Autónoma Latinoamericana.
Pero claro que uno no es estas cosas; uno es, más bien el que está detrás de todas estas cosas, viviendo, amando, luchando, escribiendo».
Texto del Periodista, Catedrático y Escritor John Saldarriaga Londoño publicado originalmente en el periódico El Colombiano de Medellín, Colombia