Jesús Vallejo Mejía

Jesús Vallejo Mejía, Magistrado, Embajador, Tratadista, Catedrático, Abogado Asesor y Litigante. En la fotografía con Alfredo Vanegas Montoya en la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.

PIANO FORTE, Jesús Vallejo Mejía

domingo, 14 de marzo de 2021

Antes del adiós

Hace dos años, por estas mismas calendas, fui notificado de la presencia de dos tipos diferentes de cáncer en mi organismo: en la próstata y en los pulmones.

El primero ya parece superado, gracias a un eficaz tratamiento de radioterapia y bloqueo hormonal. Como era más agresivo, se dejó para después la acción contra el cáncer en ambos pulmones, proveniente de una metástasis de cáncer en la tiroides que me fue extraída hace tres años.

Esa metástasis se manifestó inicialmente a través de dos nódulos milimétricos que prudentemente se dejaron en observación. El del pulmón izquierdo fue creciendo lentamente de suerte que en marzo del año antepasado fue  posible, no sin dificultad, tomar muestras para la correspondiente biopsia. Pero al año siguiente esos nódulos se dieron a la tarea de seguir escrupulosamente el mandato bíblico de creced y multiplicaos, de suerte que en el mes de diciembre último ya eran seis de tamaño entre medio centímetro y algo más de dos centímetros, acompañados de una legión incontable de nódulos milimétricos. A esos seis les he puesto nombres propios: Cepeda, Petro, Claudia López, Pinturita, Santrich y Márquez. A los otros los llamo los encapuchados.

Habida consideración de este cuadro, mis facultativos han optado por la cirugía para extraer los nódulos de mayor tamaño, la cual está programada para el próximo miércoles 17 de marzo. Tiempo después se procederá contra los encapuchados por medio del yodo radiactivo.

Aunque el Dr. Alejandro Gaviria Velásquez, el cirujano de tórax que realizará la operación, me ha tranquilizado mucho sobre el procedimiento y sus resultados, soy consciente de que toda cirugía entraña riesgos, así sean remotos, por lo que, a pesar de que estoy muy sereno, inexorablemente no puedo dejar de reflexionar sobre una vida que tal vez podría tocar a su fin en los días venideros.

Recuerdo que cuando cursaba el primer año de la escuela elemental mi profesora, que poco me quería, dejó constancia en mi libreta de calificaciones de que mi conducta dejaba qué desear. Lo mismo digo hoy. Son muchos los errores que he cometido y de los que debo arrepentirme, pero por fortuna en estos últimos años me he acercado bastante a Dios y estoy convencido de su amor y su misericordia infinitos. De ellos he recibido testimonios palpables, hasta el punto de que una muy cara amiga que es depositaria de mis confidencias no vacila en decirme que soy un mimado de Él. Así lo siento, y sé que cuando lo decida su santa voluntad compareceré ante su presencia con las manos vacías, en verdad, pero con la ropa limpia. Como rezaban las antiguas fórmulas testamentarias, nací y me crié en el seno de la religión católica, apostólica y Romana y con sus auxilios espero entregarle mi alma al Creador.

 

Sé que mi cuerpo mortal habrá de volver a la tierra de donde salió, pero mi espíritu trascenderá hacia la luz eterna, así sea para gozar de sus últimos destellos, no sin antes purgar no pocos desaciertos en que he incurrido. Todos los días pido por las personas que no me quieren ni quiero, las que me han hecho daño, aquellas con quienes he pecado o las que he ofendido, perjudicado, decepcionado y escandalizado. Confío en que Dios piadoso contribuya con su gracia a resarcir todo el mal que pude haber hecho.

A las personas que me quieren les pido oraciones. No deseo elogios ni discursos o escritos que hagan la apología de mis míseros aciertos vitales, sino ruegos a Dios para que se apiade de mi alma. En estos momentos tengo muy presentes las palabras de León Bloy:»La mayor de las tristezas es no ser santo».

Vienen a mi mente tres canciones que gustan mucho y pienso que son muy desacertadas. Que a nadie se le ocurra celebrar mi partida con «My way», de Frank Sinatra; ni con «Non, je ne regrette rien», de Edith Piaf; ni con «Gracias a la vida», de Mercedes Sosa. Sólo admitiré el «Responso» que compuso Aníbal Troilo para honrar la memoria de su fraternal amigo Homero Manzi o la música de Juan Sebastián Bach, que tanto he amado y me ha permitido vislumbrar las esferas celestiales. En su defecto, que suenen exultantes aires barrocos.

«My Way» y «Non, je ne regrette rien» son cantos irreverentes que hacen el elogio de un individualismo que he considerado monstruoso. «He hecho lo que me dio la gana y de nada me arrepiento» es todo lo contrario de mi sentir, pues reitero que es mucho lo que me he equivocado y de lo que debo pedir perdón.

En cuanto a «Gracias a la vida», ¿por qué no cantar más bien «Gracias a Dios»? La vida, en la concepción de los filósofos vitalistas, es una entidad impersonal y ciega, es decir, sin finalidades que podamos discernir. Dios es lo absoluto, Alfa y Omega de nuestra existencia, principio y fin de todo lo que hay. De Él venimos y hacia Él hemos de retornar.

Como dicen ciertos escritores franceses, es ello en lo que creo. Al abrir mis ojos cada día, le digo: «Dios mío, te amo; en Tí creo, confío y espero; a Ti me encomiendo…»